(ANSA) – ESTOCOLMO 7 OCT – El premio Nobel de Química 2020 fue asignado a Emmanuelle Charpentier y Jennifer A. Doudna, las dos investigadoras que pusieron a punto la técnica conocida como «Crispr-Cas 9» (Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats) que corta y pega el ADN, permitiendo reescribir el código de la vida.
Es la primera vez en la historia de los Nobel dedicados a la ciencia que dos mujeres comparten el premio más buscado por los investigadores de todo el mundo.
Desde que se instituyó, en 1901, el premio fue asignado hasta ahora a cinco mujeres. Ambas fueron premiadas por un hallazgo realizado hace pocos años, pero de vastas implicancias.
Charpentier, de 52 años, nació en 1968 en Juvisy-sur-Orge, completó sus estudios en el Instituto Pasteur y ahora trabaja en Berlín, donde dirige el Instituto Max Planck Unit para la Ciencia de los Patógenos.
Por su parte Jennifer A. Doudna tiene 56 años, nació en 1964 en Washington y tras estudiar en la Universidad de Harvard se trasladó a la Universidad de California en Berkeley, donde trabaja actualmente.
«Las mujeres pueden dejar una señal importante en la ciencia y es importante que lo sepan las jóvenes que quieren trabajar en investigación», dijo Charpentier «Espero que este reconocimiento sea un mensaje positivo para las muchachas que quieren seguir el camino de la investigación», reiteró en conexión con la sede de la Academia Sueca de las Ciencias en Estocolmo.
La esperanza, agregó, es que este Nobel «demuestre a las más jóvenes que las mujeres pueden tener un impacto con las investigaciones que hacen».
La técnica Crispr/Cas9 descubierta por Charpentier y Doudna es uno de los instrumentos más poderosos hoy en manos de la ingeniería genética.
Puede ser usado, en efecto, como un instrumento de altísima precisión (tal vez más similar a un bisturí que a tijeras moleculares) para modificar la información genética (ADN) de animales, plantas y microorganismos.
Presentada por primera vez en 2012, la técnica permitió revolucionar la investigación en Ciencias de la Vida, llevándola a una nueva época, y hasta ahora contribuyó a abrir nuevos caminos para el tratamiento de numerosas enfermedades, desde algunas formas de tumor a la fibrosis quística, hasta acercarse al sueño de curar enfermedades hereditarias.
«Hay un enorme poder en este instrumento genético», dijo el presidente del Comité del Nobel para la Química, Claes Gustafsson.
«No solo revolucionó la investigación de base, sino que llevó a poner a punto cultivos innovadoras y llevó a nuevos tratamientos médicos», agregó.
Como otras veces en la historia de la ciencia, también el descubrimiento de la Crispr fue casi por casualidad. Todo había comenzado con las investigaciones de Emmanuelle Charpentier sobre la bacteria Streptococcus pyogenes, responsable de inflamaciones en el hombre, en particular con el descubrimiento de un fragmento del patrimonio genético usado por la bacteria como arma para combatir los virus.
El mismo año del descubrimiento, 2011, Charpentier comenzó a colaborar con Jennifer Doudna para reconstruir en probeta el arma de la bacteria, de modo de simplificarla transformándola en un instrumento más fácil de utilizar.
En un solo año las dos investigadoras obtuvieron tijeras moleculares capaces de cortar la molécula de la vida, el ADN, y hacerlo con precisión en un determinado sitio.
De inmediato quedó claro que conseguir cortar el ADN de mdo preciso significaría poder reescribir el código de la vida.
Desde 2012, la técnica se usa en todo el mundo en una auténtica explosión de aplicaciones.
La Crispr llegó al gran público en abril de 215, cuando se usó en China para reescribir el ADN de un embrión. Al año siguiente se volvió a usar en China para hacer resistentes a los embriones al virus del HIV.
Tras una moratoria autoimpuesta por los investigadores de todo el mundo, un documento aprobado en Washington en diciembre de 2015 abrió la posibilidad de modificar el ADN de embriones humanos, pero solo los destinados a la investigación. (ANSA).