China decidió poner fin a los planes de adopciones internacionales de sus niños.
Por espacio de tres décadas Pekín permitió que miles de sus menores salieran al exterior, estando de acuerdo con uno de los efectos más distorsionadores de la rígida política del hijo único, que obligó a muchas familias a abandonar a los recién nacidos en callejones o frente a las estaciones de policía o los institutos de asistencia social para evitar las pesadas sanciones previstas contra las violaciones.
Las adopciones internacionales llegaron a un máximo antes del año 2000: no pudiendo pagar los tratamientos, muchos orfanatos optaron por la adopción en el exterior con el fin de financiar sus propios servicios y, en 1992, China oficializó la luz verde para los procedimientos.
El ritmo de las adopciones se frenó una década después con la economía en crecimiento impetuosa y el gobierno comprometido en desembolsar cada vez más dineros para apoyar a los huérfanos.
Con el Dragón ascendido a la posición de segunda economía del planeta y siempre más cargado de ambición, Pekín decidió el viraje con una movida que, a su entender, está «en línea con el espíritu de las convenciones internacionales», dijo la vocera de la Cancillería, Mao Ning, sin ofrecer otras explicaciones.
La misma portavoz proporcionó posteriormente pocos detales de la nueva política, y afirmó solamente que existirán excepciones para los extranjeros que adopten hijastros o hijos de parientes de sangre en China.
«Estamos agradecidos por el deseo y el amor de los gobiernos y de las familias de adopción de los países interesados en adoptar niños chinos».
La cuestión dio vida a interrogantes para muchos de los centenares de familias en Estados Unidos con procesos aún abiertos y que, a comienzos de la semana, escucharon decir a las agencias internacionales que Pekín se encaminaba hacia un apretón en el tema.
Por ello, la embajada de Washington pidió clarificaciones al ministerio de Asuntos Civiles de China, puntualizó el jueves el Departamento de Estado norteamericano, queriendo aclarar la suerte de «centenares de familias todavía en espera del cierre de sus procesos», y expresó «solidaridad por su situación».
En una llamada telefónica con los diplomáticos estadounidenses, Pekín esclareció que «no continuará tratando casos en alguna fase» sino aquellos cubiertos por una cláusula de excepción.
Antes del Covid-19, China se hallaba entre los principales países de origen de las adopciones internacionales, casi todas relativas a casos con discapacidad. Según Pekín, más de 160.000 niños viajaron al exterior desde comienzos de los años 90, de los cuales más de la mitad a Estados Unidos.
Después de la pandemia, el examen se reanudó, pero solo para las prácticas con la autorización al viaje antes del stop de 2020. En el Landmark Hotel de la capital china, por ejemplo, era fácil encontrar familias, también italianas, de visita para destrabar las adopciones, como narró a ANSA una joven pareja piamontesa, que consiguió hacerlo solamente en el quinto viaje.
Acerca del programa, en el tiempo, maduraron acusaciones de corrupción: en enero, por ejemplo, la única agencia de adopciones en el exterior de Dinamarca dijo que cerró después de imputaciones planteadas sobre documentos y trámites falsificados.
Pero existe otro aspecto que influyó en la decisión. Hoy, China lidia con una de las tasas de natalidad más bajas del mundo. Mantiene una política nominal que limita las familias a tres hijos y busca alentar los nacimientos: el número de nacimientos descendió a 9,02 millones en 2023, en la segunda baja demográfica anual consecutiva, y permitió a la India convertirse en el país más poblado del mundo. © ANSA