Esa franja horaria coincide con el pico natural de cortisol, la hormona del estrés.
En las personas que han vivido abuso emocional o trauma prolongado, ese pico se adelanta o se intensifica.
El sistema nervioso permanece en hipervigilancia, como si aún hubiera peligro, incluso cuando el cuerpo duerme.
Durante el ciclo del abuso, la amígdala (la estructura cerebral que detecta amenazas) aprende a no desconectarse.
Aunque el entorno ya no sea hostil, tu cerebro sigue esperando el próximo ataque.
Por eso te despiertas con ansiedad, taquicardia o pensamientos repetitivos en plena madrugada.
A nivel neurobiológico, esto se debe a una disfunción del eje HPA (hipotálamo–hipófisis–adrenal), el circuito que regula la respuesta al estrés y el sueño.
Cuando el trauma no se ha procesado, el cerebro no distingue entre recordar un peligro y vivirlo.
Así, cada noche, el cuerpo reproduce el patrón: alerta → vigilia → agotamiento.
Pero no todo está perdido: el cerebro puede recablearse.
A través de estrategias de neuroregulación, respiración vagal, estimulación multisensorial y técnicas de neuroplasticidad, es posible enseñar al sistema nervioso que la noche no es una amenaza, sino un espacio seguro.
Dormir bien no es solo descansar.
Es un signo de que tu cerebro ha empezado a sentirse a salvo.
En mis programas de trabajo neurocientífico te enseño cómo restablecer el equilibrio de tu sistema nervioso, calmar la hipervigilancia y recuperar la serenidad del sueño.















